jueves, 12 de enero de 2017

Érase una vez...: "La silla"

"La silla"













Una joven le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración para su padre, que estaba muy enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación del enfermo, encontró a este hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. 

Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote asumió que el hombre sabía que vendría a verlo. 

- Supongo que me estaba esperando - le dijo.

- No. ¿Quién es usted? - dijo el hombre

- Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted; cuando vi la silla vacía al lado de su cama, supuse que usted sabía que yo vendría. 

- ¡Oh, sí!, la silla -  dijo el hombre enfermo - . ¿Le importaría cerrar la puerta?


El sacerdote, sorprendido, la cerró.

- Nunca le he dicho esto a nadie, pero toda mi vida le he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en el iglesia he escuchado siempre, al respecto de la oración, que se debe orar y los beneficios que trae, etcétera, pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y salió por el otro, pues no tengo ni idea de cómo hacerlo; hace mucho tiempo, desde entonces, abandoné por completo la oración. Esto ha sido así, en mí, hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: "José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Dios". Así es como te sugiero que lo hagas: te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente tuyo; luego, con fe, miras a Dios sentado delante de ti. No es algo alocado al hacerlo, pues Él nos dijo: "Yo estaré siempre con vosotros." Por tanto, le hablas y lo escuchas de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora mismo. Es así que lo hice una vez y me gustó tanto, que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces. Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver a mi hija, pues me internaría de inmediato en la casa de los locos. 

El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto, y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo y que no cesara de hacerlo; luego, hizo una oración con él, le extendió una bendición, los santos óleos y se fue a su parroquia. 

Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido. El sacerdote le preguntó:

- ¿Falleció en paz?

- Sí. Cuando salí de casa, a eso de las dos de la tarde, me llamó y fui a verlo a su cama. Me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso. Cuando regresé de hacer compras una hora más tarde, ya lo encontré muerto. Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de la cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. ¿Qué cree usted que pueda significar esto?

El sacerdote se secó las lágrimas de emoción, y le respondió: 

- Ojalá que todos nos pudiésemos ir de esa manera.




¡Hasta pronto, cómplice!


Basado en "Cuentos con Alma" de Rosario Gómez

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me ha gustado la historia, un saludo ;)

Marta Nieves Montero González dijo...

Muchas gracias por tu comentario. Espero que te gusten más historias y entradas que publique por aquí. ¡Sé feliz!

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