"Ser ingrat@"
Dice el refranero español que "De desagradecidos está el infierno lleno", lo cual nos hace entender que la ingratitud es un defecto muy extendido en el ser humano.
Existen algunas variantes de este mismo refrán que por supuesto, tienen igual significado y son los siguientes:
- "De desagradecidos está el mundo lleno"
- "De los ingratos está lleno el infierno"
- "De los desagradecidos está lleno el infierno"
En cualquiera de las cuatro modalidades o variables de este refrán, señala con igual importancia lo abundante que son las muestras de desagradecimiento de las personas a las que se les presta ayuda.
Sin embargo, es bien cierto, que cuando hacemos algo por alguien, una gran mayoría de nosotros, lo hacemos porque nos nace directamente del corazón y el mero hecho de hacerlo, constituye en sí, nuestra recompensa o así al menos, se fundamente el hecho de obsequiar algo a alguien o debería ser así.
Pero, cuando ese algo no es nada material, sino en él se incluyen sentimientos, emociones, afectos,... ya toma un matiz diferente, cuando no nos sentimos recompensados. La intención inicial continúa siendo la misma, nos entregamos a otra persona por amor, por cariño, por simpatía,... y esta entrega nos satisface enormemente e incluso, somos capaces de vivir sin esperar nada a cambio, sólo por el hecho de complacernos a nosotros mismos. Tal es el caso de los amores idílicos o cuando nos enamoramos de alguien que sabemos imposible.
No obstante, existe el caso en que ambos se entregan de igual forma o cada uno según su forma de ser o de saber. Y así, una parte comienza a costumbrarse a recibir más que a dar o viceversa, hasta que un día llega el momento de esperar algo, la mayoría de las veces, insignificante o bien, sin venir a cuento, se siente menospreciad@ o ignorad@ o no valorad@ en su justa medida. Es entonces cuando la ingratitud se hace presente y la otra persona no puede quedarse más que desolada, vacía y con un dolor intenso por la falacia de la que llega a sentirse víctima.
¿Cuántas veces nos ha pasado ésto y dictaminamos que "esto no me va a pasar nunca más"? Pero, al cabo del tiempo, nos vuelve a pasar.
A veces, el hecho de hacer agradable un encuentro o el no provocar un conflicto, olvidamos decir no a ciertas peticiones y a no perder nuestra dignidad. Porque decir no, no significa ser egoístas; implica que somos capaces de discernir entre los que nos conviene y lo que no: amarnos a nosotros con todas las consecuencias.
Hay otro tipo de ingratitud que sólo los que son padres se lamentan de ello cuando hablan de cómo han dedicada una gran parte de su vida a criar y darles un porvenir a sus hijos y como éstos, una vez mayores, prácticamente se olvidan de ellos y los dejan a un lado de sus vidas, tratándolos como seres molestos e incómodos que únicamente les ocasionan contrariedades.
Sé que este ha sido un tema áspero mi estimado cómplice, pero era una reflexión que precisa hacer por un daño que había recibido y que aún no sintiéndome víctima, porque sé que parte de la responsabilidad es mía, resulta duro el desconsuelo y la tristeza que te deja en el corazón cuando te sientes defraudada y muy desilusionada con alguien al que le has dado tu cariño y tu respeto. Además por otro lado, llevo una temporada que se me caen los mundos por completarse el cupo de ingrat@s. Supongo que algo he de aprender de todo esto y no sólo a saber decir "no", sino además a mantener una actitud más positiva y esperanzadora que las propias circunstancias, puesto que al fin y al cabo, son momentáneas y aplicarme lo que dice otro refrán español y arrebatar con mi actitud cualquier poder de dañarme: "no hace daño quien quiere, sino quien puede".
¡Hasta pronto, cómplice!
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