"Amanecer de una Vida"
"Aurora Dunha Vida"
A mis abuelos Carmen y Pepe
Aos meus avós Carmen e Pepe
En un pueblo marinero de la
antigua Galia, dicen que había una vez, que nació un niño rubio, de ojos claros y un tremendo fortachón que todo lo resolvía
con el carácter que la mar, cansado de golpear las rocas siempre enfurecido y
que junto con el viento, embravecía aún más si cabe el genio de ese pequeño
hecho de mar, viento y fuego. Lo hicieron llamar Pepe porque hasta su nombre
sonaba a grito entrecortado, enrabietado.
No conoció letras, ni números más
aquellos que la vida le hizo aprender a golpes. De igual forma que conoció el
calor de una familia, así, a golpes. Eran muchos para melindradas de ese tipo
entre varones. No le quedó otra que hacerse de la Armada, allá en Ferrol y en
una de las veces que pasaba por la aldea de Serantes, conoció a la más bella
rapazuela que jamás había visto: alegre, saltarina, feliz, con unos ojos verdes
como el brillo de la ría y cabello rubio como el sol, que revoloteaba al viento como lindos
almendros en flor.
Dime, y esa, joven ¿cómo se ha de
llamar? - ¿Cuál, la Carmiña? – Será Carmen – Eso Carmen, creo de los Fraga.
Está maciza, la moza, ¿eh? Y Pepe, le soltó a Benancio un tremendo tropezón,
que éste cayó ladera abajo tal cual saco de mies. A pesar, del taponazo, del
grito y del mal caminar que llevaba el pobre Benancio, Pepe lo hizo levantar
para que le presentara a aquella dulce flor del almendro, llamada Carmen Fraga,
bueno si paraba un momento.
- ¡Eh, Carmen! ¡Ven acá que alguien
quiere conocerte!
- ¿Conocerme, para qué?
- Dile que porque tiene unos ojos
como el agua de las rías y unos labios como melocotones.
- Dice mi amigo que tienes unos
ojossss...
- ¿Y por qué no me lo dice tu
amigo? ¿Es que le comió la lengua el gato?
Pepe se acercó serio. No podía
soportar que lo tomaran como un tontainas y le dijo:
- Boa tarde falta (Buenas tardes)
- Bo cabaleiro pola noite (Buenas noches caballero)
- O meu nome é Pepe (Me llamo Pepe)
- E a miña Carmen (Y mi nombre es Carmen)
- Molestaríao facer unha pequena
camiñada (¿Le gustaría hacer un pequeño paseo conmigo?)
- Teño que pedir permiso á miña
nai (Tengo que pedir permiso a mi madre)
Y la madre de Carmen permitió que
aquel mozalbete, bien apuesto y de un
lugar cercano, rondara a la zagala, no sólo ese día, sino muchos más y así,
hasta que ennoviaron. Pepe consiguió lo que había pensado la primera vez que
había visto a Carmen. Sabía que iba a ser su esposa, que él le proporcionaría
todo lo que pudiera necesitar y que no le iba a faltar nunca el cariño y el
amor que le profesaba.
Carmen quedó totalmente prendada
por Pepe Montero. Le gustó su seriedad y todos los mimos y cariños que le
hacía, sin faltarle el respeto nunca.
Hasta que un día en que apenas
había luz, eran las seis de la mañana, el frío se te metía por todos los huecos
que la piel te permitiera, Carmen estaba radiante, peinada como nunca, hasta le
pusieron polvos en la cara y algo de carmín en los labios.
Parecía una señora
con su traje negro, que era el que se llevaba en esos momentos, nerviosa
esperando la calesa y recordando el sonido de los caballos, con sus cascos
golpeando la carretera de piedra que la llevaba a la ermita. Todo había de hacerse
en el mayor de los silencios. Y allí apareció Montero, más guapo y elegante que
nunca, con su traje militar que lo hacía más interesante y con esa distinción
que sólo podía tener por la hechura de su traje blanco.
Se subió a su lado en la calesa
en dirección a la ermita y no dejaban de mirarse, aunque ambos temblaban. En el
silencio del camino, Pepe fue el único en romperlo, diciendo:
- Carmiña
mirándoche, estou seguro de que, serás a nai dos meus fillos (Carmiña mirándote, estoy seguro de que serás, la madre de mis hijos).- Y Carmen tembló
aún más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario